Ya casi lo atiendo!

Estándar

6:30 de la mañana.  Leandro es el sexto de la fila de un grupo de personas que esperan que abran las oficinas de un Ministerio, de cuyo nombre, mejor no me acuerdo para no caer en alusiones específicas.  Salió de Nicoya a las 3 de la madrugada y no ha dormido absolutamente nada, por temor a perder el autobús, él sabe que es difícil sacar permiso en el trabajo para volver a San José.  Tampoco, ha desayunado, pues no quiere perder su lugar en la fila, piensa en realizar sus gestiones pronto, para regresar temprano a su hogar.

De repente, a las 7 en punto de la mañana, abren las puertas de la dependencia pública, contento sube al tercer piso, toma una ficha, la número 5, se sienta y comienza a leer un periódico que compró en la calle… espera.  Al llegar su turno y presentar los documentos que lleva para que le extiendan una certificación de años laborados, la funcionaria que lo atiende le dice que esa certificación , no la entregan en ese departamento, es en otro, que está en el séptimo piso del edificio; Leandro se extraña, pues en información, le dijeron que era ahí mismo, así se lo hace saber a la funcionaria, quien le reitera, sin siquiera mirarlo, que es en el séptimo piso, además le avisa que vaya por las escaleras, pues el ascensor no está dañado.

La carga de optimismo de Leandro va bajando conforme sube las escaleras, pero mantiene la esperanza de terminar todo a tiempo; al llegar al departamento en el piso séptimo,se encuentra con un panorama un tanto desalentador, toma una ficha y ya no es la número 5, ahora le toca la número 97, apenas están atendiendo a la 23, son las 9 de la mañana; hay 6 funcionarias para atender al público, de las cuales una toma café, mientras habla con otro compañero, otra ojea un catálogo de ropa íntima y otra envía mensajes por celular , sólo Dios sabe con quién.  Por otra parte, el hambre ataca a Leandro, tiene miedo de que lo llamen y no esté presente, así que decide sólo comprar un café y volver lo más pronto posible.

Al regresar, son las 10:30 de la mañana, se encuentra con otros colegas que vienen de otros puntos del país, San Vito, La Cruz, Pérez Zeledón, Parrita, etc e intercambian curiosas anécdotas de estos viajes a la capital para resolver situaciones laborales, mientras el tiempo avanza y avanza.  Llega la hora de almuerzo, ahora sólo atienden dos funcionarias mientras las otras comen; Leandro lamenta no haber comprado ni una bolsa de plátanos tostados, pero más que hambre, lo que tiene son nervios de no tener tiempo de llevarse ese documento tan importante, además de no encontrar pasaje para regresar a Nicoya.

1:46 de la tarde al fin, después de tener anesteciadas las posaderas de tanto volar silla, es el turno de Leandro, apresurado llega frente al cubículo de la joven que le atiende, la saluda amablemente y explica la razón de su presencia, una vez entregados todos los documentos a la joven, ésta le pregunta: _ Y los sellos señor?_ a lo que Leandro pregunta: _Disculpe muchacha, de qué sellos me habla?_ La joven lo mira como diciendo -oh viejo más tonto por Dios- pero se compadece de él y le dice: _Escúcheme, este papel que me trajo, debe traer unos sellos del departamento de Expedientes, sin los sellos, no le puedo entregar lo que me pide_ Leandro pregunta: _ y dónde está ese departamento?_  Ella responde:  _En el tercer piso…

La historia no termina ahí, pero les diré que Leandro salió a las 4 de la tarde de ese Ministerio y no llevó lo que necesitaba hasta 21 días después.

Eso nos ha pasado a todos nosotros en alguna ocasión, para realizar un trámite en cualquier institución, hay que armarse de paciencia y la frase «Ya casi lo atiendo» es la que más escuchamos y la que menos se cumple en éstos lugares.  Mi intención no es criticar a los estimables funcionarios públicos, porque hay también muy buenos trabajadores que dan un excelente servicio al cliente, da gusto volver y uno sale de ese lugar sintiéndose muy bien al haber sido tratados con eficiencia y respeto.

En cambio hay otros servidores que nos son tan entregados a su trabajo, que atienden a las personas sin siquiera mirarlas y cuando alguien les consulta algo, pareciera que es una ofensa lo que se les pregunta, como si fuera un delito el aclarar dudas que surgen al realizar determinado trámite; se les olvida que están ahí para realizar esa labor, que para eso los contrataron y que su actitud con el público debe ser diferente.

Eso es común también en mi gremio, tengo pocos años de ser educador y veo con tristeza, como mis compañeros que ya tienen muchos años de trabajar, han ido perdiendo su amor por el trabajo; es cierto todo trabajo es cansado, por eso te pagan un salario, pero parece que con el tiempo, dejamos que el cansancio nos venza y se nos olvida, cómo deseábamos trabajar apenas salíamos de la universidad, la enorme alegría al saber que ya teníamos trabajo, se va apagando con el paso de los años, producto de la rutina, y vamos cayendo en un desgano y una apatía por nuestro trabajo, es entonces cuando nuestra indiferencia se ve reflejada en el mal trato al público.

Hagamos conciencia un rato y pongámosle ganas a lo que hacemos, con la crisis mundial ya hay muchas personas que están sin empleo, no vayamos a ser nosotros uno más que pase a engrosar la lista de desempleados de éste país; hagamos las cosas con amor, tratemos de ser los mejores en lo que hacemos.  A veces toca lidiar con gente difícil, es cierto, pero nada se gana, siendo también una persona difícil.  En todo trabajo, siempre se tiene que dar lo mejor de uno mismo y si hay que decirle a alguien: «Ya casi lo atiendo» compañero o compañera burócrata, por lo menos díganlo con una sonrisa en el rostro.

Un comentario »

  1. ¡Eso me pasó a miiiiiiiiii! Qué bárbaro. parece que usted anduvo conmigo ese día. lo mismo ocurre en los hospitales, en COSEVI, en muchas instituciones públicas. Me gustó este comentario, nada más cercano a la realidad de todos los ticos.

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