Es una noche lluviosa de octubre. Estás escondido detrás de unos botes de basura. Se escuchan unos truenos mientras sigue cayendo la lluvia copiosamente. De repente miras hacia atrás y las luces de unas linternas te asustan, están cerca de ti. Tu corres, tienes la respiración agitada, estás cansado de correr pero continuas huyendo, te tropiezas con unas piedras y caes al suelo. Te incorporas rápidamente y aunque te lastimaste un tobillo, sigues corriendo, están alcanzándote, el miedo se apodera de tu cuerpo y tu mente, no sabes que hacer, deseas que esta persecución termine, la desesperación hace brotar tus lágrimas que se confunden con las gotas de lluvia en tu rostro, pero sigues escapando, no quieres que te alcancen. Pasas al frente de la casa de tu mejor amigo; las luces están apagadas te asomas por una ventana, como con ganas de pedir ayuda pero no puedes hablar, observas como tu amigo duerme plácidamente, y por un momento envidias y añoras la paz que se ve en esa habitación, un perro te observa y comienza a ladrarte, tu sales despavorido mientras continuas escuchando al perro; llegas hasta un puente y te detienes. Observas como corre el agua por debajo de éste, parece un río profundo, pero te da miedo lanzarte y golpearte contra las rocas, nunca habías sentido tanto miedo en tu vida como esa lluviosa noche de octubre, estás exhausto las piernas ya no te responden, intentas seguir corriendo pero ya no tienes fuerzas, piensas en todo lo ocurrido unas horas antes y desearías volver el tiempo atrás, pero no puedes, haces un nuevo esfuerzo por reanudar tu carrera cuando de repente alguien te jala de la camisa y grita: _¡No te muevas o aquí mismo te mueres!_ Te sientes perdido, no hay nada que hacer ya y con tus último aliento te lanzas al río con los brazos extendidos como esperando que el frío abrazo de la muerte te envuelva. Todo está oscuro y en silencio. Ya no se escucha nada. Todo ha acabado.
Abres los ojos y estás en tu casa, en tu cama. Te das cuenta de que todo fue una espantosa pesadilla, estás sudando, sólo se escucha a lo lejos unos perros ladrar y observas el reloj en la mesita de noche, son las 3 con 11 minutos de la madrugada. Das gracias a Dios porque todo fue un sueño y te dispones a seguir durmiendo, cierras los ojos y esbozas una sonrisa de tranquilidad mientras te abrazas a tu almohada, abres de nuevo los ojos, solo para descubrir que no estás en tu casa, que esa no es tu cama; estás en una fría celda en una prisión que compartes con dos reos más, de nuevo el pánico se apodera de ti, el llanto se asoma por tu cara y recuerdas con tristeza, que esa es tu verdad, no fue un mal sueño por ver una película de miedo, sabes que de esto no vas a poder despertar.
Espero que ninguno de mis lectores, tenga que pasar por una situación así, debe ser algo traumático querer despertar de una pesadilla y que no podamos hacerlo. Pero esta amarga experiencia le ocurrió a Martín Herrera, un vecino de un barrio «X» de San José. Lo narré en segunda persona para ponernos un poco en los zapatos de nuestro protagonista. Martín era un contador privado que laboraba para una empresa farmacéutica, tenía 32 años, un apartamento muy cómodo, un carro del año y estaba perdidamente enamorado de Sandra Venegas, una compañera de trabajo. Sandra también sentía algo muy especial por él, le parecía un muy buen partido excepto por una cosa: Martín tenía un problema con su forma de tomar alcohol. En varias ocasiones le habían dicho que buscara ayuda, pues cuando se iba de fiesta, perdía el control. Pero se denominaba así mismo como un «Tomador social» y cuando se daba cuenta de que había hecho mucho desorden, paraba unas semanas o unos meses, para luego volver con más fuerza a la bebida.
Con todo y eso, Sandra se hizo novia de Martín, pensaba que tal vez el amor que tenía por ella lo iba a ayudar a dejar ese vicio. Pero lo que nuestra amiga no sabía es que el alcohol, más que un vicio es una enfermedad, una catástrofe de ondas expansivas que no sólo afecta al que la padece, sino también a los que están alrededor del enfermo. Un par de años duró el noviazgo de ellos, pues Sandra sentía que no iba hacia ninguna parte con su amado, él siempre le prometía que iba a dejar de tomar, pero a los pocos días seguía en lo mismo, hasta que un buen día ella no le creyó y se encontró frente a una encrucijada: O se salvaba ella de ese círculo vicioso o se hundía hasta tocar fondo con su novio. Así que con dolor en su corazón lo dejó y trató de rehacer su vida, pues los dos años que pasó con su enamorado fueron para ella como tocar las puertas del infierno. Martín al igual que toda persona alcohólica, encontró en su separación la excusa perfecta para continuar embriagándose.
Pasaban los días y cada vez tomaba más seguido. Faltaba mucho al trabajo, en varias ocasiones le dijeron que si no buscaba ayuda lo iban a despedir, pero él lo que hacía, era llamar a Santiago un amigo médico y compañero de borracheras para que le extendiera incapacidades cuando se ponía muy mal, así continuó un año hasta que llegó a sus oídos una noticia que fue el detonante de serie de eventos que cambiaron muchas vidas: Sandra se iba a casar, iba a renunciar a la empresa y se iba a vivir a España con su futuro esposo _ Por fin encontró alguien que la va a hacer feliz_ era el comentario generalizado de los demás compañeros y que calaban hondo en nuestro protagonista, el resentimiento y la ira se apoderaron de él, ambos mezclados con alcohol son una coctel venenoso que acaban con todo buen juicio y razonamiento. Martín se enteró de que no iba a ver despedida de soltera, sino que iban a celebrar una reunión con la familia y amigos de los novios, juntos, en la casa de su ex novia; así que se fue a tomar ese día temprano, no se presentó a trabajar en la tarde y se quedó bebiendo, pensando en que el alcohol le iba a dar fuerzas para hablar con su amada y convencerla de darle una segunda oportunidad.
Una mezcla de cervezas, vodka y rabia llevaba en sus venas al llegar a la casa de Sandra y escuchar las risas de todos los presentes. Bajó de su auto y caminó despacio hasta la puerta, era una noche oscura de un 6 octubre y los truenos anunciaban no sólo lluvia, eran como el preludio de una desgracia muy cercana. El timbre de la puerta se escuchó repetidas veces, era Martín quien lo tocaba, le abrieron la puerta y entró como si aquella fuera su casa, se quedó observando a los invitados y cuando detuvo su vista en la mesa de las bebidas exclamó: _ ¿Ves? ¡Todos ustedes toman y el borracho soy yo!_ El novio de Sandra le pidió que se fuera y que no les molestara, que si no llamaría a la policía, Martín ya no razonaba, se acercó a la mesa donde se encontraban unas botellas de licor, quebró una de champaña y amenazó al futuro marido de Sandra, los demás invitados gritaron asustados cuando vieron que se abalanzó con la botella en contra de su rival. Ya había comenzado a llover, y cuando Martin reaccionó, se sintió como dentro de una película de miedo; cuando trató de herir al novio de Sandra ésta se interpuso entre los dos y recibió una herida de 10 cm con el pico de la botella de champaña.
Hoy Martín está en la cárcel. Y todas las noches vienen a su mente los sucesos de esa terrible noche lluviosa de octubre. En sus sueños corre y corre, como queriendo escapar de esa película de miedo en que se ha convertido su vida. Ahora se arrepiente de no haber buscado ayuda cuando se lo aconsejaron, todos lo días llora, cuando los otros presos no lo ven, pues sabe que le quitó la vida a quien más decía amar, su familia se mudó de barrio por vergüenza y no quieren saber más nada de él; la familia de su ex novia quedó deshecha, pues después de la muerte de Sandra, murió su madre también, no pudo resistir tanto dolor. Martín no se perdona haber esparcido tanta pena en la vida de todas esas personas y aunque ya no bebe, pasará mucho tiempo antes de que sus heridas sanen y todo por cederle el control de su vida a una sustancia líquida que no tiene ni pies, ni brazos y mucho menos cabeza.
Hay muchas personas que están pasando por una situación como la de Martín, personas que aunque tienen problemas con el alcohol u otro tipo de adicciones, no lo reconocen y creen que pueden dominarlo, nada más alejado de la realidad, el alcoholismo es peor que un monstruo de una película de terror, éste juega contigo, al principio te hace creer que tienes el control, que puedes jugar con él, poco a poco te va hundiendo en una espiral de dolor, de angustia y de miseria de la que no puedes salir si no pides ayuda, no puedes solo contra él. Si crees que tienes problemas con tu manera de beber, busca ayuda, ahora que puedes, porque de lo contrario pasarás por experiencias como la de nuestro protagonista o mucho peores y créeme que las hay peores. Sálvate ahora que estás a tiempo, porque muchas veces la peor película de miedo que puedes ver es… La realidad y de esa nadie se escapa.